// In memorian Paco Vidal
Jorge Vidal
Aunque teníamos el mismo apellido, Paco y yo no éramos parientes.
La primera vez que vi a Paco fue en el cine-guia del 2007. El cine-guia era un boletín grueso, con fotos impresas de actores. Un catálogo anual con sus teléfonos de contacto o el de sus agencias o representantes. La foto de Paco, en blanco y negro, era la de una persona de mirada dura, me recordaba los tiempos del “macho” ibérico y la dictadura franquista. Una época que no llegué a vivir pero de la que conocí sus ecos, sobre todo a lo largo de los años ochenta y fines de los noventa, con personajes rancios y estrictos que exigían disciplina y abolengo.
Hector Caño y yo habíamos terminado de escribir el guión de “Instrucciones para una nueva vida”, la que sería mi primera película de largometraje, y el protagonista iba a ser Jose Luis Ayestarán, un culturista que había sido doble acción de Arnold Schwarzenegger, Supersonic man en las películas de Juan Piquer y gran amigo del padre de Héctor.
Escribimos el guión pensando en Jose Luis, pero en el último momento el hombre se echó atrás. Debió de pensar que la cosa no era seria hasta que vió que empezamos a montar el campamento y llegaron las fechas de “filmación”. Entonces nos dijo que no podía hacerlo. Así que me encontré a pocas semanas de empezar el rodaje con todo el equipo técnico y reparto expectante, pero sin uno de los actores principales, en quien habíamos basado la historia principal.
Por la foto del cine-guia pensé que Francisco, Paco, podría hacer el papel. Esa mirada dura prometía. La historia del ocaso de un actor de dobjale podría interesarle. Y entonces le contacté.
Nos reunimos en un bar de la Calle Galileo, después supe que vivía alli mismo, frente al teatro, y que tenía un simpático perro labrador. Me sorprendieron las torres de libros amontonados por el suelo de su apartamento y entonces comprendí que Paco era un hombre cultivado. En aquella cafetería vi también que era en realidad un señor bajito y no aquella mirada dura que vendía la fotografía del cine-guía. Paco vió mi sorpresa y me dijo que si no era lo que esperaba que no pasaba nada. Entonces le comenté que el papel era para Jose Luis, que medía casi dos metros y era de gran corpulencia. Paco me comentó que había pensado en ello y que había varias cosas que podíamos hacer. Sin duda alguna lo tenía todo bajo control. Hizo pequeñas modificaciones en el texto del personaje para adaptarlo y en cuanto Carla, de producción, le hizo una foto con el sombrero y la camisa desabrochada, descubrimos que Paco era increíblemente fotogénico y que sin duda alguna había nacido para actuar.
Paco no se dió cuenta de que nuestra película, más que una película independiente era una película underground hecha con papel, tijera y pegamento de barra. Cuando llegó a la granja que nos habían prestado la familia de un amigo, en Talavera de la Reina y vió el campamento de boy scouts que teníamos montado pensó que le había engañado. Sin embargo, cuando comenzamos a rodar la profesionalidad nuestra y suya se impuso sobre cualquier tipo de prejuicio. El romanticismo del mundo del cine nos ciega y empuja hasta el final y fue así como nos conocimos realmente. Como curiosidad nuestro rodaje coincidía con el de “El laberinto del Fauno”, lo cual subrayaba aún mas nuestra condición de outsiders. De alguna manera esto también impactó al propio Paco, que vivió el gran contraste de participar aquel mes de agosto en nuestra película de papel al mismo tiempo que en un rodaje internacional del nivel de Guillermo del Toro.
De Paco puedo decir que fue una gran persona, un gran actor y sobre todo un maestro. Fue generoso con nosotros y gracias a él la película creció para convertirse en una historia mucho más real de lo que era sobre papel. Descubrí que Paco no solo era actor, sino director de teatro, que su especialidad en el Instituto William Layton era la improvisación en escena y que había sido el alumno mas brillante del propio William. Aquel actor que había trabajado en “El Crack” o “Crónicas de un pueblo” resultó no ser esa mirada dura que podía transmitir, sino todo lo contrario, una persona de gran sensibilidad, un auténtico camaleón que se transformaba, un verdadero actor profesional.
Paco sabía darme consejos cuando yo estaba perdido. Él era el que hacía la puesta en escena de sus secuencias. De algún modo sé que disfrutó interpretando a “Seymour” en “Instrucciones…” y también sé que valoró nuestros esfuerzos por levantar una película de la nada.
Truffaut decía en una entrevista “Estoy llegando a un momento de mi vida en que ya no puedo ver películas mias de más de siete u ocho años. Probablemente por razones sentimentales. La muerte de algunos actores me supone una gran conmoción” (“La lección de cine”, editorial shangrila) .
Cuando uno hace una película y crea unos personajes no puede evitar tener una relación muy fuerte con los actores que los interpretan. De alguna manera los actores se hacen inmortales dentro de sus papeles. Dejan de envejecer y permanecen siempre tal y como les conociste, tal y como dieron forma a sus personajes y fueron filmados en aquel momento. Y esta ilusión se enfrenta a la realidad de que los actores envejecen y mueren. En el recuerdo queda la mezcla de la persona real que ya no está y el personaje, que sigue congelado en el tiempo. Mientras eres espectador esa sensación no es la misma, porque no conoces a la persona que creó al personaje, sin embargo, como director tienes un vínculo muy personal, la conmoción a la que se refiere Truffaut, el haber tenido un compañero de juego que ya no volverá.
Paco siempre me decía que había que seguir adelante a pesar de todo. La vida de un artista siempre atraviesa momentos bajos donde no te quedan fuerzas para seguir adelante. En los momentos duros siempre recuerdo las palabras de Paco.
Gracias por todo Paco, adiós maestro.
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